Las sensaciones que transmite la etapa son muy variadas e interesantes. El tramo inicial discurre por una carretera poco transitada, por zonas de huerta, olivos y viñedos, para dar paso, a mitad de recorrido, a un sendero que asciende junto al arroyo de los Cabrones bajo la tupida sombra que ofrecen rebollos y castaños, en un entorno propio de cuentos y leyendas.
Antes de salir de la localidad de Villarino de los Aires conviene dar un paseo por la localidad y acercarse hasta algunos de los múltiples miradores que hay en sus alrededores, como son el mirador de Rachita, el del Duero, y especialmente el de La Faya y el de Teso de San Cristóbal, desde el cual se divisa la desembocadura del río Tormes en el Duero.
El inicio de la ruta se encuentra en el cruce de la carretera DSA-560 que conduce a Pereña de la Ribera con la carretera de acceso al poblado de la Rachita y del Soto y, posteriormente, al desagüe de la central hidroeléctrica de Villarino de los Aires. El recorrido discurre por la carretera, a cuyos lados abundan las huertas, donde crecen en perfecta alineación acelgas, judías, coles y tomates, pero también los frutales, las viñas y olivos, algunos centenarios y otros recientemente plantados.
Después de una doble curva de la carretera se llega al poblado del Soto, donde hubo barracones de obreros en la época en la que se construyó la central hidroeléctrica de Villarino, el embalse de La Almendra y la galería que comunica ambas. Para realizar estas obras se erigió también el poblado de la Rachita, destinado a los ingenieros y al personal cualificado. La central se encuentra a 500 metros de profundidad, excavada en la dura roca de granito y tiene su desagüe al final de la carretera que se está recorriendo, a 325 metros sobre el nivel del mar.
En esta zona abundan los rebollos (Quercus pyrenaica), retamas negras o escobas (Cytisus scoparius) y jaras pringosas (Cistus ladanifer). La ruta continúa por la misma carretera y sigue perdiendo altura hasta que llega un punto en el que se pueden contemplar unas magníficas vistas sobre el río Duero.
El recorrido se despide de este tramo asfaltado donde la carretera realiza un giro de casi 180 grados hacia la derecha, en un paraje en el que aparecen imponentes castaños que crean una notable sombra.
A partir de aquí, sigue una senda que remonta el arroyo de los Cabrones, recorriendo un tramo orientado al norte, en el que la vegetación existente hace sentir al visitante la sensación de encontrarse en un entorno propio de la cordillera Cantábrica.
El sendero discurre entre rebollos y castaños (Castanea sativa), delimitado, en muchas ocasiones, por muros de piedra, siendo un recorrido antaño muy utilizado por los vecinos de la localidad de Pereña de la Ribera para acceder al río Duero y a las fincas situadas en la ladera.
El arroyo de los Cabrones suele llevar agua durante casi todo el año y el bosque de rebollos que hay que atravesar, cuyos troncos están llenos de líquenes, proporciona una zona umbría y húmeda que es aprovechada por el musgo y los helechos. Asimismo, el castaño puede medrar en este lugar gracias a la sombra y la humedad existente, creando al tiempo un microclima que favorece su regeneración, puesto que las grandes y anchas hojas que posee ayudan a crear un ambiente netamente nemoral.
Poco a poco el camino va ganando altura y abandona este paisaje, dando paso a un terreno aterrazado, que por abandono de la actividad agrícola está siendo colonizado por escobas y encinas. Las grandes paredes de piedra con que están hechas las terrazas permiten sujetar el terreno y mantenerlo llano, al mismo tiempo que retienen la humedad del suelo, evitando que el agua se filtre ladera abajo.
En algunos trechos el camino se estrecha y va siendo invadido por vegetación arbustiva y herbácea propia de zonas húmedas o encharcadas, dada la proximidad del arroyo de los Cabrones. A medida que se asciende la senda se vuelve más ancha, dando paso a tierras con viñas y olivos, y llega poco después hasta el núcleo urbano de Pereña de la Ribera, donde termina la etapa.
Desde los antiguos celtas existe una amplia cultura ligada a la castaña, base de la alimentación en muchas zonas de Europa durante años. Así, en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua del s. XVIII ya se indica que el castaño “en muchas partes su fruto suple la falta de trigo”. El pan o dulces hechos con harina de castaña han sido habituales en pueblos del oeste de Castilla o en Vizcaya.
En algunas comarcas zamoranas y leonesas fue común el trueque de castañas por el trigo producido en las llanuras cerealistas del centro de Castilla.
Por otro lado, la madera de castaño es muy apreciada por su gran dureza y resistencia, siendo muy empleada para hacer vigas y ebanistería.
En 2007 fue reconocida la Denominación de Origen vinícola Arribes, que ampara su producción, elaboración, crianza y comercialización.
El cultivo del viñedo en la comarca se documenta ya en la Edad Media, pero hasta el siglo XVIII los vinos de Arribes tuvieron serios problemas para encontrar mercados fuera de los pueblos vecinos de la penillanura. En el s. XIX es cuando se produjo un cambio de tendencia, con lo que el cultivo se extendió por los campos de cereal de los principales municipios de la zona. Esto conllevó un desabastecimiento de trigo y la consiguiente alarma de los concejos. La dependencia económica del viñedo fue tal que, al sufrir los viñedos la filoxera a finales del s. XIX, se produjo una importante crisis que motivó importantes flujos migratorios hacia Sudamérica.
El infortunio fue superado a principios del siglo XX, al replantarse los viñedos con injertos de cepas americanas, tras lo que se comenzó, a mediados de siglo, a construirse las bodegas cooperativas que iban más tarde a comercializar la mayor parte del vino comarcal.