Resumen: En este artículo se analiza la experiencia de liberalización económica de Nueva Zelanda iniciada en 1984 y conocida como Rogernomics. Uno de los objetivos de las reformas era eliminar completamente el conjunto de las ayudas que se concedían a la agricultura. Algo inédito entre los países de la OCIE que durante los años 80 siguieron manteniendo o incrementando sus niveles de protección a la espera de un acuerdo en la Ronda Uruguay. La liberalización agrícola debía ser una parte de un paquete de reformas global que incluía la liberalización de los mercados de trabajo, capitales y bienes y servicios. Esto le otorgó legitimidad a los ojos de los agricultores. Sin embargo, la secuencia y el ritmo de las reformas acabaron perjudicando notablemente a la agricultura en el período 1984-1988, a lo que coadyuvó el bajo nivel de precios en los mercados mundiales. El sector agrario se ajustó en unas circunstancias particularmente adversas. Se diversificó la producción y cayeron las rentas agrarias, el precio de la tierra, las inversiones y el empleo, aunque no se produjo un éxodo rural masivo. La estructura agraria se polarizó y el problema de la deuda se agravó, siendo precisa la intervención del gobierno. Sin pretender desmantelar el dispositivo de protección de la agricultura europea, la PAC sufrió en 1992 la reforma más importante en sus ya más de treinta años de historia. Las similitudes entre ambos procesos -y, por tanto, las lecciones- son limitadas, más aún si consideramos las profundas diferencias que existen entre la agricultura europea y la neozelandesa. Sin embargo, la experiencia de Nueva Zelanda nos muestra la importancia de legitimar política y socialmente las reformas y de implementarlas de forma que no impliquen un trato discriminatorio entre los distintos sectores.