Resumen: Los orígenes de los regadíos en la península hay que buscarlos en las civilizaciones mediterráneas. Durante la dominación romana aparece la obra pública hidráulica en España. El origen germano de los visigodos, di() como resultado no sólo el olvido de los regadíos, sino también de la propia agricultura. Los árabes son los grandes impulsores de los regadíos en el Sur de Europa. A ellos debemos la difusión de la noria y la mayor complejidad y perfección de los sistemas de conducción de agua para riego. Pero, sobre todo, nos legaron diversas formas de gestión colectiva en la distribución de las aguas. Durante la Reconquista, y debido al permanente estado de guerra, se atendió poco a los regadíos; tan sólo Jaime I, en Levante, y Femando III y Alfonso X, en Andalucía y Murcia, se preocuparon, por ellos. Durante el comienzo de la Edad Moderna, los reyes se inclinan por favorecer a la ganadería, fuente de la riqueza monopolística que fue la lana. Pero el descubrimiento de América y el aumento de población hicieron necesaria una mayor extensión y cualificación de la agricultura. Las obras de regadío llevadas a cabo por los últimos austrias, empeñados en hacer navegables el Ebro y el Tajo, apenas sí alcanzaron las cien mil hectáreas, que se logran en tiempos de Carlos III. Son las pocas que faltaban para cubrir el millón de hectáreas regadas en nuestro país; la mayoría de ellas heredadas de los árabes y de la baja Edad Media.