Resumen: La preocupación por la Reforma Agraria no fue incompatible con (a decidida atención concedida por el reformismo republicano a la política hidráulica. Con Indalecio Prieto, como ministro de Obras Públicas, en cabeza, ese reformismo republicano pretende articular una perspectiva hidráulica eficaz y coherente, capuz de resolver los numerosos obstáculos, indecisiones y deficiencias históricamente planteados en ese terreno, prolongando y afianzando en gran medida la óptica propuesta en materia de obras hidráulicas y de transformación en regadío por el ideario regeneracionista. Dos son sus logros más destacados en este sentido: la Ley de Obras de Puesta en Riego de 1932 y el Plan Nacional de Obras Hidráulicas de 1933. La primera intenta conseguir la efectiva transformación en regadío de ciertas zonas dominadas por grandes obras hidráulicas -preterida hasta entonces por el distinto tratamiento concedido a las obras hidráulicas principales y a las secundarias y complementarias-, y abrir además caminos de convergencia para la política hidráulica y la política de colonización interior. Y, por su parte, el Plan Nacional de Obras Hidráulicas, elaborado por el Centro de Estudios Hidrográficos, dirigido por Lorenzo Pardo, propone una detallada consideración de los problemas existentes y un conjunto coordinado de soluciones -apoyadas en una concepción hidráulica unitaria- para procurar resolverlos. Se plantea en el Plan -y ello desatará sonadas polémicas- la posibilidad de trasvasar aguas del Tajo y del Guadiana a las zonas mediterráneas. Aunque los acontecimientos políticos impidieron el desarrollo de las propuestas hidráulicas del reformismo republicano, no parece exagerado afirmar que constituyen, además de una clara fuente de inspiración para posteriores planteamientos, un eslabón de decisiva importancia en la historia española de la política hidráulica.